3. La ubicuidad
Una persona tiene un problema. Se acerca
a un árbol, piensa y repiensa en el problema y sospecha que tiene la solución.
Luego, va, hace lo que tiene que hacer, y resuelve el problema. Está feliz.
Recuerda al árbol, podría decirse que le trajo suerte. Otro día, está en un
dilema, se acerca al árbol porque cree que el árbol tiene buena vibra. Y en
efecto, allí junto al árbol, resuelve el dilema. Se dice con los días, con las
semanas, que ese árbol tiene algo
especial. Se convierte en su amuleto inmueble al que acude con esperanza y,
cada vez más, cierta fe. Incluso algunas veces va porque sí, porque lo carga o
la carga con energía positiva, porque allí se siente, como se dice, feliz.
Una mañana de primavera, esta persona se
muda a otra ciudad, pero no abandona al árbol, le toma una fotografía y se la
lleva como recuerdo. O para recurrir a él en caso de algún apuro, aunque ya
lleva en la memoria grabada una imagen de él que es mucho más intensa y
presente que la foto grabada en la memoria del celular. Imagen que puede
activar simplemente al cerrar los ojos y pensar en su tronco rugoso, en sus
hojas que flotan en el sitio con el soplo del viento. Usa la fotografía cuantas
veces puede. En el nacimiento de Jorgito, en el primer día de la escuela de
Jorgito, en los días amargos después de la separación de Dany, en el examen de
ascenso en el trabajo, frente al mar de la bahía para sentirse en compañía.
Otro día pierde la cartera, o se la roban,
y con ella se va la fotografía. Pero no hay problema, tiene aún la imagen
nítida del árbol en su memoria. Va a la casa, se detiene frente a la entrada
para sacar la llave y ve al árbol
proyectado sobre las placas de madera de la puerta. Se da cuenta que más
importante que el árbol mismo con su tronco rugoso que raspa las palmas de las
manos cuando se lo toca, con sus hojas secas que caen sobre las cabezas en
otoño, es la imagen del árbol. No tan precisa ni tan exacta como el árbol tangible
porque éste cambia cuando las estaciones del año cambian. Esta persona sabe ahora
que la imagen no la abandonará jamás.
Entonces puede proyectar esa imagen del
árbol, que no es precisamente su imagen o sólo es la imagen de un momento determinado
del árbol, en cualquier superficie, lisa o porosa, irregular o plana. Puede
incluso proyectarla sobre el mar cuando contempla la bahía desde un malecón, o
sobre el humo, un humo algodonado que puede ser blanco o rojo, o sobre la
espalda luminosa de Dany que ha regresado en un reencuentro fortuito que no se
repetirá jamás. Se siente agradecido o agradecida por esa imagen que acompaña
en las buenas y en la malas, por el árbol que imprimió en su ser la forma
indeleble de su cuerpo vegetal. De pronto, descubre en un momento que no puede
ser sino epifánico, que el árbol está en todas partes. Que el mundo, es un
mundo árbol. Que él o ella vive como una pequeña hoja que flota en su sitio en
el cuerpo de un gran árbol. Árbol que aparece con el simple gesto de su mirada.
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