En un
ensayo titulado “Guerra aérea y literatura” el escritor alemán, W. G. Sebald,
se pregunta por qué la literatura de la post-guerra registra mínimamente la
destrucción ocasionada, por ejemplo, por los bombardeos aéreos de los aliados a
las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. Acción que mató a
cientos de miles y dejó a grandes sectores de la población urbana conmocionada
y traumatizada. Son muy pocos los relatos y novelas –señala-, que abordan el
tema directamente, y aún en ellos suelen ocurrir digresiones y rodeos que
estetizan o retorizan el evento, evitando el testimonio o la presentación
directa y cruenta. ¿Por qué los escritores no contaron decisivamente su
experiencia de la guerra?, se pregunta.
La adaptación y el ajuste
Una de las
razones que esgrime para explicar esta carencia o casi vacío en la literatura
alemana de la post-guerra es la adaptación.
La adaptación al régimen fascista
(nazi) de muchos de los escritores (sin llegar a ser colaboradores), que
después de la derrota se revelaría como una complicidad por inacción o una
falta de capacidad de resistencia y rechazo. Esta adaptación resultaría ser la causa por la cual muchos escritores de
la post-guerra estarían más preocupados en redefinir la comprensión de sí
mismos, en retocar su imagen, en ajustarla
–dice-, con respecto al régimen y la época nazi, que en dar testimonio o
abordar directamente la conmoción del pueblo alemán y la destrucción de sus
ciudades.
Guerra Aérea/Guerra Interna
Si
cambiamos, mutatis mutandis, la
destrucción de las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial por la
destrucción de las aldeas y pueblos andinos durante la Guerra Interna en el
Perú (1980-2000), nos podemos preguntar, ¿los escritores peruanos dieron cuenta
de las atrocidades cometidas en esa guerra donde murieron casi 70,000 personas
en su mayoría campesinas y campesinos andinos? ¿Lo hicimos? ¿Contamos nuestra
experiencia de esa destrucción de la vida y el espíritu? Se podría decir que
sí, que muchos lo hicieron, y que otros lo están haciendo ahora y que otros lo
seguirán haciendo cada vez más hasta llegar a la casi unanimidad. ¿De dónde
viene ese arrebato? Y más aún, ¿escribimos realmente sobre nuestra experiencia
de esa guerra? Algunos sí, desde su experiencia, cercana o distante, en
Huamanga o en Accomarca o en el Miraflores de Lima o en el Miraflores de Arequipa
(que es muy diferente) o en Alabama. ¿Pero por qué deberíamos escribir sobre nuestra experiencia, si, como dice Henry
James, un novelista es como una muchacha que pasa frente un cuartel y oye una
conversación entre dos soldados y luego va a casa y escribe una novela sobre el
ejército?
¿Otra adaptación y otro ajuste?
La
adaptación en este caso no sería con el régimen como en la Alemania nazi, sino
con la destrucción, con la violencia letal, con el horror que a veces alcanzaba
la portada de los diarios y las pantallas de televisión. ¿Nos adaptamos durante
la guerra, nos adaptamos a esa destrucción? Dejemos los nombres de lado.
Algunos sí, muchos; otros no, muy pocos. Esos pocos denunciaron la destrucción,
la violencia, la violación, la barbarie. Y menos aún, sólo unos cuántos,
denunciaron la muerte y murieron también un poco.
Si la adaptación a la destrucción puede sonar
imprecisa o ambigua (uno no sabía, vivía en otro mundo, la agenda literaria era
otra, tenía miedo, aprehensión, etc.), el ajuste,
sin embargo, se observa con mayor claridad, pero tiene un signo distinto al
caso alemán que menciona Sebald. En la literatura peruana no se ajusta o se retoca la imagen propia
(aunque también hay casos notorios de ello) sino que se escribe directamente
sobre la Guerra Interna. Lo que se ajusta
es el tema mismo de la violencia, la guerra, la destrucción. Así, el tema se
convierte en, o se ajusta como, un
policial (los criminales y la ley), un espectáculo de consumo (se borra la
historia y la política que hieren el paladar), una crítica a los saberes (por
ejemplo a cierta antropología cultural), una crítica cultural (a la supuesta barbarie
andina), una crítica de género (a la barbarie machista y a la dominación
masculina), y más.
¿Pero es
que hay un deber ser en la literatura, una forma correcta de escribir sobre la destrucción? No. Sin embargo, el ajuste implica un desplazamiento desde
otro lugar. Tener A para ajustarlo y convertirlo en B. ¿Qué es el A? El A es la
muerte y la destrucción del otro. No hay una forma correcta, ni un deber ser,
para escribir sobre la muerte y la destrucción del otro. Sólo hay algunos
ejemplos, grandes ejemplos, Kafka, Primo Levi, pero también Cervantes, Borges y
Arguedas, para quienes escribir es hacerlo a través de la experiencia que se
tiene del otro. Y todos, como humanos, tenemos la experiencia del otro.
Volveré al
tema en otra oportunidad.
Creo que el ajuste también es ideológico; el lugar difícil de habitar es el del senderista o del milico, los relatos tienden a situarse en la perspectiva de la víctima "entre dos fuegos" o de un sujeto externo al conflicto (hasta donde yo sé)
ResponderBorrarMás que ajustar la imagen del escritor (que también ocurre) me refiero al ajuste del evento mismo. Y sí, ese ajuste también implica una dimensión ideológica, si hay un desplazamiento dentro de lo político o del mercado, por poner dos ejemplos.
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