23.7.24

¿El lugar de la nación?

Hay dos macro discursos que posicionan temporal, política y moralmente a la nación peruana. Uno se condensa en las disquisiciones de Zavalita, el personaje de Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa, que pueden resumirse en la pregunta: ¿En qué momento se jodió el Perú? El otro, en las reflexiones intelectuales de González Prada, Mariátegui, Basadre y las distintas versiones del mito de Inkarrí. 

Para el primero la nación existe y está en decadencia. Se constituyó en el pasado y ahora tiene problemas: está “jodida”. La pregunta en cuestión es una falsa pregunta o una pregunta de clase, dado que, para algunos, un sector privilegiado, la nación funcionó como tal, aunque sea precariamente, aunque sea un mito. Fue operativa y ahora (o desde el momento de la pregunta) está “jodida”. Pero para millones de otras personas y sus antepasados que estuvieron siempre “jodidos”, nunca fue, nunca se constituyó para ellos. O simplemente era una nación, allá, que los “jodía”. 

 

Para el segundo, la nación está por concretarse, todavía no es, su lugar es el futuro. Manuel González Prada dijo: ¿Por qué desesperar?, eduquen a lo indios y verán (los verdaderos peruanos); José Carlos Mariátegui soñaba y reflexionaba sobre “la nación futura”, una nación indosocialista; Jorge Basadre hizo un diagnóstico: Perú: problema y posibilidad. José María Arguedas propuso un modelo de nación en Todas las sangres; Aníbal Quijano, siguiendo a Mariátegui y Arguedas, sugirió una ruta en “Lo público y lo privado”. 

 

El primer discurso tiende a la cerradura de la nación, solo tolera la asimilación de los otros, una asimilación desestabilizante, que “jode”. El segundo, se abre al futuro, a la construcción conjunta. El asunto se debate entre el mito de la nación que fue y ahora está jodida, y el mito de la nación futura. Hasta hoy.

 

Yo prefiero reformular el tema en otros términos. Entre la desesperanza y la esperanza. Ya Alberto Flores Galindo había intuido algo en Buscando un inca, y antes que él las distintas versiones del mito de Inkarrí, algo que puede formularse en el lenguaje de la esperanza, que es lo que verdaderamente está en juego. La esperanza de la venida de un inca que reconstruya (o solo construya) una nación. La esperanza de, por fin, tener una nación inclusiva. 

 

¿Dónde está la nación?, ¿en el pasado o en el futuro? Eso parece que ya no importa. Tal vez nunca importó verdaderamente. La nación es la esperanza (o la desesperanza) misma. Mejor aún, y yo prefiero eso, la nación en el Perú tiene la forma de la esperanza.

1.5.16

Pintar en el aire/escribir en el aire


Sobre una visita a Jackson Pollock: A Collection Survey (1934-1954) en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, abril de 2016.
A Vicky Guerrero y Carlos Villacorta

¿Qué se pinta cuando se pinta?, ¿antes de que lo figurativo y lo no figurativo cobren forma?, ¿antes de que el sentido fragüe indicándonos las regiones del mundo? Pues, se pinta una superficie. Un lienzo cuyo cuerpo es una malla finísima de hilos, una tabla lisa o un tanto porosa, una lámina de papel sediento, una plancha de metal bruñido, una roca irisada en el estómago de una cueva, un muro de concreto, un cuenco de arcilla, cualquier cosa, algo, donde pueda buenamente asentarse la presión del pincel, la espátula o la brocha.
Allí el trabajo, por ejemplo, del pincel (guiado por la divina mano humana), frota la superficie, inunda los minúsculos poros de color, restriega una forma, concentra un relieve, se desliza en un trazo silencioso que abarca la extensión del brazo. Si es una espátula, o un grueso pincel que acarrea la densidad del óleo o el acrílico, cruje sobre el lienzo. Es el sonido fugaz, sin asidero en el conjunto pictórico, que anuncia el nacimiento del sentido. Un paisaje campestre, rostros que expresan la intensidad de la vida o su desaparición imprevista, intensidades expresionistas o impresionistas, el cromatismo retinto de las zonas altas del mundo, la ausencia de color, la luz o la oscuridad.
Primera sala

16.4.16

Tres historias sobre el infinito o los atributos de la divinidad (3/3)

 
3. La ubicuidad
Una persona tiene un problema. Se acerca a un árbol, piensa y repiensa en el problema y sospecha que tiene la solución. Luego, va, hace lo que tiene que hacer, y resuelve el problema. Está feliz. Recuerda al árbol, podría decirse que le trajo suerte. Otro día, está en un dilema, se acerca al árbol porque cree que el árbol tiene buena vibra. Y en efecto, allí junto al árbol, resuelve el dilema. Se dice con los días, con las semanas, que ese árbol tiene algo especial. Se convierte en su amuleto inmueble al que acude con esperanza y, cada vez más, cierta fe. Incluso algunas veces va porque sí, porque lo carga o la carga con energía positiva, porque allí se siente, como se dice, feliz.

2.4.16

Tres historias sobre el infinito o los atributos de la divinidad (2/3)


2. El saber
Alguien se interna en la Red y pregunta: ¿Cómo esconder las cosas de valor? Y le responden de inmediato con claros y contundentes consejos, en breves líneas o un video, que el mejor lugar es el lugar donde no podrían estar. Otra u otro decididamente va hacia el portal, digamos de Apple para averiguar sobre un adaptador de corriente USB o del Instituto Nacional de Estadística del Perú para averiguar sobre la paternidad o maternidad precoz en la Región Ucayali (¿cuántos son padres entre los trece y lo dieciséis?), y le responden con la precisión de las imágenes o los cuadros estadísticos. Pero también hay otros saberes que no están en la Red, por el momento. Entonces, otra u otro le pregunta a la abuela, o al abuelo que fue cocinero durante años en un barco mercante, cómo se prepara un revuelto de erizos porque quiere prepararlo él mismo o ella misma y porque no hay en el mundo un placer culinario más grande que ése. Luego, saciado el placer del cuerpo, lo embarga un sentimiento de solidaridad con el mundo y decide compartir la receta en la Red. Así, a veces lentamente, a veces con la celeridad del resplandor, la Red se lo va tragando todo. Su apetito de información es insaciable.

23.3.16

Tres historias sobre el infinito o los atributos de la divinidad (1/3)


1. La inmortalidad
En un pueblo, para resolver las riñas los odios las rivalidades entre iguales, y desiguales, o para poner a prueba deportivamente el poderío de cada uno, o simplemente para divertirse poniendo a prueba cierta astucia, se decide que todos los habitantes se enfrentan en un definitivo torneo de damas. Los niños con los niños, los jóvenes con los jóvenes, los adultos con los adultos, los ancianos con los ancianos. Incluso aquellos que no podrían como los recién nacidos o algunos enfermos o los paralíticos, tienen a sus madres, sus parientes, los amigos, algún ser caritativo, o cruel, que juega por ellos o junto a ellos. El asunto es que los que pierden desaparecen.

15.10.15

Ver para escribir: La mirada en la narrativa (peruana) / 1


¿Qué eventos, personajes o cosas miran los escritores (peruanos)?, ¿desde dónde lo hacen?, ¿cómo se modula esa mirada? Desde luego que hay cosas que se miran y otras que no se pueden o desean mirar. Y no hay duda de que cada escritor tiene derecho a mirar lo que quiera. Las interrogantes no apuntan a un deber, moral o de cualquier otra índole, que los escritores deban cumplir, sino a la configuración del relato. ¿Qué relación guarda esta mirada narrativa con la forma del relato?
Se puede responder que la mirada narrativa misma condiciona la forma del relato. O, como sugiere Bajtín, para el caso contrario, la forma del género (un manual de instrucciones, por ejemplo) prescribe la mirada a un tipo de acciones o cosas en particular (los pasos para construir una nave a escala, por ejemplo, y aquí no tiene cabida contar una historia social o personal). Es decir, también la forma del relato condiciona la mirada narrativa. ¿Pero cómo se manifiestan estas miradas narrativas? Veamos algunas.    
La mirada moderna y contramoderna
Dos grandes narradores como lo son Arguedas y Vargas Llosa miraban, o miran, siempre la sociedad, a su manera cada uno, por supuesto. El primero a través de su íntima experiencia de lo andino y el segundo a través de cierta ideología de lo moderno. Pero ambos, en todo caso, a partir de una profunda confianza en la novela como espacio para la discusión de asuntos sociales y políticos.

19.4.15

El relato del crimen: intento de una explicación formal y su correlato social (5/5)


7. El crimen expresivo o el simulacro de gobernar 

Hay relatos del crimen particularmente brutales. Aquellos donde se presentan docenas, cientos, miles o millones de cadáveres. Algunas palabras se han acuñado para designar esta muerte masiva: asesinato colectivo, matanza, masacre, holocausto, etnocidio, genocidio, feminicidio; y el crimen se narra en testimonios, novelas, películas, libros de historia y otros más.

Estas muertes y sus relatos se han dado a lo largo de la historia. En Latinoamérica, por ejemplo, el genocidio de la población indígena durante la conquista relatado en Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552) por Bartolomé de las Casas, pero también en otras regiones del mundo. Dos casos más recientes, presentes aún en la memoria global (de los que quieren recordar) son suficientes: el holocausto perpetrado por los nazis (11 millones, 6 de ellos judíos) y el genocidio perpetrado por la aventura colonial de Leopoldo II de Bélgica, que tenía al Congo como propiedad privada (8 ó 10 millones, hasta ahora no se puede precisar). El primero se relata en los libros de historia, en los testimonios de sobrevivientes como en Si esto es un hombre (1947) de Primo Levi, o en novelas como Sin destino (1975) de Imre Kertész, entre los cientos que hay. El segundo, en una historia todavía no oficial, en novelas como El corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad o en el Informe del Congo (1903) que Roger Casement presentó ante el gobierno británico. Hablan de la muerte, de sus procedimientos, de la escala industrial, de la ofensa que representa contra lo humano. Son relatos que se enfocan en las víctimas, sus padecimientos y, también, su muerte; pero ninguno de ellos lo hace de manera dominante en el cadáver de la víctima.