De cómo el género policial sufre algunas transformaciones de
acuerdo a ciertas experiencias del crimen en América Latina y da lugar a nuevas
formas narrativas. O de cómo estas formas narrativas se distancian del policial
clásico y la novela negra sin dejar de compartir algunos elementos estructurales
con ellos. Por tanto, ésta no es, en sentido estricto, una revisión del género
policial o negro en América Latina.
1. Repetición y figura
Algunos dicen, como Rodolfo Walsh, que el primer detective
de la historia fue Daniel y que el primer relato de investigación sería El libro de Daniel del Antiguo
Testamento. Otros, como Carlo Ginzburg datan este origen en una fecha más
reciente, Zadig de Voltaire, con
Zadig resolviendo enigmas y crímenes apelando al razonamiento deductivo. Y
otros, como Borges, señalan que el relato policial (no dice policíaco) se
inicia con Los asesinatos de la calle
Morgue de Edgar Allan Poe. Lo cierto es que para que el género sea género
tiene que repetirse y Poe propone una estructura narrativa, unos cuántos
elementos, un procedimiento, y empieza a repetirlos en otros relatos más.
La estructura narrativa, como se sabe, la ordena según la
secuencia: enigma-investigación-solución. Entre los elementos que propone, el
crimen y su resolución ocurren en un lugar cerrado, el procedimiento para
encontrar la verdad es un riguroso razonamiento lógico deductivo, y la figura
del detective (Auguste Dupin), se vuelve tal, una figura, porque aparece
repetidamente en varios relatos representando la misma actividad: investigando
un crimen. Es decir, no es alguien que alguna vez investigó y resolvió un
crimen.
Se ha dicho bastante sobre las condiciones sociales a partir
de las cuáles surge el relato policial en el siglo XIX: el desarrollo del
capitalismo y la industrialización de las sociedades; el liberalismo erigido
sobre el individualismo; la individuación (que es diferente) que permite
imaginar una figura autónoma como la del detective; la euforia del racionalismo
potenciada por la imaginación romántica que da sustento a esta figura (y a la arrogancia
e ingenuidad occidentales); la vigilancia sobre la sociedad para atajar el
ingreso de algún elemento dañino o para extirparlo, que alienta el desarrollo
de la mirada policial y la policía.
El elemento que resulta determinante en el género policial,
primero en el relato policial clásico del siglo XIX y luego en la novela negra,
es la focalización narrativa en la figura del detective: la historia se cuenta
siguiendo el razonamiento o las peripecias del investigador.
¿Y qué pasa en América Latina?
2. ¿Quién mató al
detective? o el sueño de la razón letrada
En esta región parece no ocurrir nada importante hasta 1942,
excepto algunos relatos deudores de Poe, Conan Doyle, Wilkins y otros. Ese año,
Borges y Bioy ponen al detective en prisión (aunque resulta que es inocente) en
Seis problemas para don Isidro Parodi,
seis relatos policiales clásicos de excelente factura marcados por la parodia,
obviamente. Y el mismo Borges en “La muerte y la brújula” hace una crítica al
excesivo racionalismo del género que termina matando al detective (Lönnrot).
¿Por qué esta agresión contra el detective? Más allá de las
razones particulares de Borges y Bioy, el detective como figura social, como
sujeto que andaba por las calles, ejercitaba un razonamiento deductivo
excepcional y tenía una actividad reconocible, no existía en América Latina y si
existía era concebido como una curiosidad importada (aunque detectives con las
características de Dupin y Sherlock Holmes tampoco andaban por las calles de
Nueva York, París o Londres, los que existían eran otros, pero para los lectores
de aquellas regiones sí era creíble que existieran y anduvieran por ahí, un
poco de narcisismo racionalista).
La modernidad en América Latina iniciada en el siglo XIX,
como ha señalado Julio Ramos, era una modernidad (cuando se daba) fundada de
manera dominante en el decir bien y en la letra, era un racionalismo letrado.
Distinta a la modernidad Occidental fundada en la ciencia, el capitalismo, la
industria y la individuación (un poco en el sentido de Jung). He allí una
explicación posible para considerar que este último racionalismo y su figura,
la del detective, resultaran extrañas o exóticas en el otro racionalismo de América
Latina. Así se concebiría la figura del detective como absolutamente literaria,
sin correlato posible con la realidad social.
3. El relato policial
de no-ficción o la focalización en la figura del testigo
A fines de 1956, Rodolfo Walsh se entrevista con un muerto
viviente, Juan Carlos Livraga. Un fusilado durante el levantamiento de los
generales Valle y Tanco contra la dictadura de la Revolución Libertadora en
junio de 1956 en Argentina. El muerto le dice que fue un grupo el que fue
fusilado, pero que él sobrevivió. Walsh, lector y escritor de relatos
policiales, sale a la calle, interroga, corrobora, y descubre que varios de los
fusilados no están muertos, otros sí. ¿Qué fue lo que pasó?, ¿quién intentó
ejecutarlos o los ejecutó? El enigma es resuelto por Walsh, quien investiga y
publica sus hallazgos serialmente (como una novela por entregas) durante varios meses, hasta que reúne todos los reportajes en un solo
relato (iniciando así la configuración de un género), Operación masacre (1957), que dice: los mandó ejecutar el jefe de
la policía, el teniente coronel (r) Desiderio Fernández Suárez.
En Operación masacre
se presentan varias verdades sobre el evento. La verdad oficial, la de la dictadura
de la Revolución Libertadora, que señala que fue una ejecución legal de
subversivos hecha en el contexto de una ley marcial. La verdad que descubre
Walsh que dice que la ley marcial no se había promulgado aún y por tanto la
ejecución es ilegal. La verdad judicial, que inicialmente encuentra delitos de
función pero que luego, bajo presión de la dictadura, concluye que la policía
cumplió con su deber. En este conflicto discursivo, ¿cuál es el estatuto de la
verdad descubierta por Walsh?
Ricardo Piglia, quien ha dicho cosas fundamentales sobre el
texto, dice que la verdad de Walsh se construye a partir del testimonio y del
testigo y que así la escritura política incorpora la palabra del otro, de los
de abajo. Es decir que opera como un relato contra estatal que se genera desde los
sectores populares y no de una institución representante de las fuerzas
económicas o políticas de la sociedad. Una novedad para Latinoamérica que
durante décadas estará bajo gobiernos dictatoriales, donde las posibilidades de
expresión en la esfera pública estarán sólo disponibles para los sectores
dominantes.
El trabajo investigativo de Walsh y Operación masacre inauguran la novela de no-ficción o novela
testimonial o novela reportaje o el más prosaico, investigación periodística (el
nombre aún no está definido y se reconocen diferencias entre ellos), que se
convertirá en un género recurrido en la literatura política latinoamericana; y además
le otorgan a la realidad una nueva figura: el periodista investigador. En el
género se distingue una techné
particular: un modo de construir la verdad (política y social) a través del
testimonio del otro, lo que implica también representar o novelar su experiencia
(como dice Piglia), y eso trae como consecuencia un cambio en la focalización
del relato que pasa de la figura del investigador a las del testigo y la
víctima. En la realidad, propone un nuevo telos
para el periodismo: la tarea de investigar el crimen y la violencia políticos,
un trabajo de no-ficción.
Y todo esto lo hace Walsh a partir de su experiencia
argentina, antes de A sangre fría
(1966) de Truman Capote y del New Journalism en los Estados Unidos, como se ha
repetido varias veces. Luego, seguirá con ¿Quién
mató a Rosendo? (1969) y Caso
Satanowsky (1973), y aparecerán otros textos confirmando el género como La conjura (2000) de Mónica González o Muerte en el pentagonito (2004) de
Ricardo Uceda, por mencionar algunos. Con Walsh, la literatura le otorga a la
realidad latinoamericana su primera figura de investigador.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario